Paseando por el parque iba
y una bola de helado encontré.
Me acerqué hasta ésta
y la saboreé.

Sabía a dulce de fresa,
con trocitos de chocolate.
Umm... ¡qué rico estaba!
Me hacía soñar y por eso, me hinché.

Estaba refrescante,
y la calor decía que diera otro chupetón.
Pero hasta acabar no miré al frente
y... ¡qué alegría me dio!

Observé a una niña
de pelos dorados y ojos verdes.
Parecía simpática
y así que con ella jugué.

Cuando su madre la llamó,
ella corriendo habló con ésta.
Entonces me cogió entre sus brazos
y nació una amistad nueva.

Me llevó hasta su casa
y allí me dejó.
Jugábamos todos los días
con mucha ilusión.

De ser un perro callejero,
pasé a ser ricachón.
Me considero un perro muy afortunado
y por eso le doy gracias a Dios.

/PauLa JiméNez/

Alumna de 6º Curso de Primaria